En esta ocasión, mas que hablar de libros y bazares y ebooks, de las bondades y las sorpresas que trae una buena zambullida en un local de libros usados, trataremos de un tema ligeramente incómodo, por todo lo que conlleva y por ese velo de indiferencia colectiva en torno a, derivado quizá de la tendencia a ignorar o a no pensar en ese momento lleno de dolor y duelo; la muerte de un lector.
Mucho se habla de que los mexicanos, como nación, celebran y se rien de la muerte; caricaturas, festejos, canciones, arte y en general un muy curioso (para los extranjeros) modo de enfrentar y hasta minimizar ese trance tan complejo y lleno de situaciones dolorosas para la mayoría de los que sufren una perdida familiar. Se dice que en el fondo es un mecanismo de defensa muy bien elaborado, muy entramado y lleno de refuerzos emotivos para esconder la angustia primigenia y muy humana ante ese momento. La realidad, dura y honesta es que, en un enorme porcentaje, no hay una cultura de preparación material y/o psicológica en torno a la muerte; como se dice una y otra vez, “no esperabamos algo así” y la realidad es que, a excepción de los aquejados de males crónico-degenerativos o los desahuciados, la mayoría de los decesos sobrevienen en circunstancias excepcionales, momentaneas y ciertamente no previstas, a pesar del aumento en la oferta de seguros funerarios de todo tipo. Los deudos, los familiares, se quedan en una especie de limbo, de suspense y después de gastos y duelos, el siguiente paso es disponer de los enseres, los efectos personales y entre estos, si el fallecido era un lector, sus libros.
Entre los temas que se han tratado, comentamos de los sitios y situaciones a partir de los cuales es posible hacerse de nuevos libros y de los hallazgos que ocurren en ocasiones en bazares, en remates callejeros y hasta en mercadillos de pulgas, señalando que en todos estos sitios a veces se pueden encontrar a la venta colecciones enteras de libros en remate total, provenientes a su vez de ventas de deudos, de familiares que, en muchas ocasiones, ignorantes de lo valioso o interesante que pudiera ser el acervo del difunto, lo entregan a vendedores a consignación, lo rematan en lote o incluso, lo regalan como “papel viejo” o incluso lo tiran al basurero. Triste final para libros valiosos y que pudieran tener un mejor destino que ser rematados o desechados como basura. Estos son los libros huerfanos, los libros amados por alguien y que se quedan solos cuando la persona fallece.
Triste es, pero siendo realistas, en muchas ocasiones, los deudos de un lector empedernido, no comparten la afición, no comparten el hobby, en contadas y muy especiales ocasiones los familiares de un fallecido son a su vez, lectores ávidos. Es por eso que, casi siempre, cuando un lector fallece, sus libros se quedan huerfanos y poco despues, igual que el resto de los bienes del difunto o se reparten o son desechados.
La tristeza que dá titulo a esto, pudiera evitarse de varias formas; estableciendo previamente una lista de familiares destinatarios de los libros, mediante la donación anticipada a otros lectores e incluso dejando por escrito como parte de un testamento legal el destino deseado del acervo personal. En el caso de los ebooks, de los libros digitales, se puede preveer el borrado de carpetas de libros mediante la implementación de una nube, de la compañía que se prefiera y haciendo que el acceso a la misma sea público, de este modo, aún los libros digitales no quedarían abandonados y podrían ser aprovechados y disfrutados por otros lectores.
Como todo, en estos temas tan dificiles, es tan solo un asunto de prevención, de cuidados previos y de buena voluntad, en este caso, la voluntad de compartir, aún después de partir de esta vida, la afición, la pasión y el placer de la lectura con otros.
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